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Mostrando entradas de marzo, 1993

A cielo abierto

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No es suficiente. Cuando la Junta Vecinal de un pueblo y el Servicio de Protección del Medio Ambiente, utilizando todos los recursos a su alcance, tratan de paralizar una obra que puede suponer la mutilación de muchas hectáreas de terreno, no es suficiente el titular de un periódico, ni unas palabras, ni un artículo... Hace algunos años, cuando muchas de las minas internas iban a quebrar, nos dijeron que la explotación a «cielo abierto» podía mantenerlas, ya que desde el exterior se podía hacer un seguimiento de las capas. Entonces, el Gobierno se pronunció claramente: «El carbón hay que extraerlo como sea y de donde sea». Es decir, no importaba el precio que hubieran de pagar los pueblos. Aquellos días, cuando empezaban a remover los terrenos con ciertas dosis de cautela, encontraron infinidad de fórmulas para convencernos. Se habló de una nueva forma de explotación y aprovechamiento, a la que era imposible llegar desde dentro. El empleo de una maquinaria, nuevas vías de comunica

Oficios

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Señala un estudio elaborado por un equipo de Investigaciones Speleo Etnográficas, dirigido por Gonzalo Alcalde Crespo, que «en Redondo se contaba a mediados del siglo XVIII con un escribano, un cirujano, un médico, dos herreros, dos sastres y dos tejedores, de los cuales los tres primeros oficios eran ejercidos en Tremaya por las mismas personas. Además, dieciocho pobres de solemnidad, 5 curas, 16 religiosos, un guardián y tres criados en el Monasterio Franciscano de La Virgen de Viarce. Es curioso, verdad, e invita esta cita a reflexión. El único herrero que ha quedado en esta zona de montaña con dominio del oficio y abierto a nuevas perspectivas, utensilios de forja parejos a los que mi amigo Valentín Prieto realiza en Guardo reside y trabaja en San Salvador. Dicho esto, añadir que, no hay sastres, ni tejedores, ni pobres de solemnidad. Por no haber, no hay ni curas que deben multiplicarse para ofrecer una misa de domingo a cada pueblo, llegando incluso a zonas com

Contentos estamos

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Aunque nadie lo esté, mucho menos ahora, que la ciudad también padece el acoso incesante de lo que llaman crisis. Pero vamos a decir que sí, que en general, cada vecino en las zonas más elevadas, donde se acentúan más las carencias, proclama en voz alta su bienestar, su acomodo a las situaciones que para el alma forastera implican un delito, o si se quiere, un olvido imperdonable de las Instituciones provinciales. Algo se ha conseguido: el acercamiento de las máquinas quitanieves a la zona de montaña. Bien es verdad que Palencia lo forman muchos pueblos, y que en muchos lugares, ya sea mirando hacia La Ojeda, o a los pueblos de camino entre Guardo y Saldaña, o aquellos que se esconden entre Salinas de Pisuerga y Aguilar, en todos -insisto- están muy limitados los recursos. Pero las zonas de montaña más alejadas de la capital, con mayores dificultades de acceso viven un descontento soterrado. Es un miedo interno que no se deja pronunciar: el médico, haga lo que haga, es intocab

Que paren esta ofensa

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Estoy de acuerdo. Los políticos son necesarios. No cobran ni la milésima parte del trabajo que desempeñan, siempre que lo desempeñen bien. Vamos a darles, pues, lo que demandan. Eso sí, que nos permitan el castigo si no sirven. Sabemos las responsabilidades que conlleva una casa; suponemos las que conlleva un municipio, una provincia, una región .... Así pues, que establezcan un precio, que lo cobren y que tengamos la seguridad que si después de este acuerdo quebrantan la norma, reciban un castigo ejemplar, sin que sirva de excepción su condición de hombres públicos. Hace algunos años, tuve ocasión, de contemplar el magnicidio en Villanueva de Arriba, un pueblo a pocos kilómetros de Guardo. Hasta el lugar me condujeron varios vecinos, pero entonces nadie quiso que su nombre figurase en los papeles y hubo que dejar la información en suspenso. Entonces los ánimos estaban encendidos, se habían devastado unas hectáreas enormes de terreno en busca de carbón a cielo abierto. Unos añ

Incomunicados

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Otra vez los acontecimientos me desbordan y debo adelantar mis reflexiones para que coincidan en el lugar y el tiempo. Cuando comienzo a escribir estas líneas, nieva en Bilbao con una inusitada fuerza. Niños y mayores se mezclan en los patios llenándose las manos del elemento blanco. Ya el sábado por la noche, la radio notificó que la Diputación de aquí, tenía preparados veinte coches especiales y quince o veinte máquinas quitanieves. Los diarios no llegaron con normalidad a muchos de los puntos de encuentro, y como de costumbre, cundió la alarma por unos palmos nieve, forzando una sonrisa de mi máquina. El domingo por la noche me llaman de San Salvador. A pesar de conocer la intensidad que aquí alcanza la nieve, están alarmados: algunos tejados se han hundido y por sus palabras me recuerdan la gran nevada de hace doce años. El telediario dice que ochocientos pueblos de toda España se encuentran incomunicados. Pero cuando se generaliza la noticia, ésta deja de tener importancia. Q