Justificar una medalla

Las medallas siempre llegan muy tarde. Como esa experiencia que te piden cuando terminas el estudio, o ese estudio que te requieren cuando pierdes el trabajo. Da la impresión, creo que muchos la tenemos, de que todo esto forma parte del sistema. Un enredo para distraernos, una llave para manejarnos, una fórmula que siempre está en el candelero.


 Una medalla que en cualquier caso, en este sobre todo, llega al final de una vida dedicada en buena medida a rescatar del olvido todo eso que hoy nos muestra en su Museo, cuando ya al agasajado no le quedan ni fuerzas para responder con nuevos trabajos, ni bríos suficientes para agradecer ese estímulo que siempre te aporta el agradecimiento de los demás. Porque hay vidas ya vividas, de sobra conocidas, que no necesitan ninguna de los tres: ni experiencia, ni estudio, ni medalla.

Piedad tiene una experiencia de 82 años. Su vida es un trozo de esta tierra a la que ha vivido pegada desde sus curiosos comienzos como reportera de la Agencia EFE, cuando ser mujer y ser fotógrafo en España era poco menos que imposible. Piedad tiene el estudio, sabe lo que ha costado aupar un poco el nombre de esta tierra, conoce al dedillo la vida de los personajes de su época: el practicante que atendió mil partos, la planchadora, el barbero, la panadera, el director de Banca; el relojero que llegó de Orense, el sacerdote, el tío "Garabito", el tío "Mosquito"…, a quienes rindió cumplido homenaje a finales del pasado siglo en la Fundación que lleva su nombre.

Piedad tampoco necesita una medalla. Un premio es haber vivido. Un premio es haber amado, haber sido más o menos querida, haberse impresionado con tanta vida como fue pasando ante el objetivo de su cámara; alimentándose de la sabiduría de aquellos hombres y mujeres que, sin la experiencia o el estudio de hoy día, encontraron la fórmula para hacer más llevadera la vida en estos lugares apartados..

Pero su legado, es verdad, bien vale esa distinción que en estos días recibirá de manos de la Diputación palentina. Doscientas mil imágenes de gentes, de paisajes, de oficios, de animales y, asomando a sus labios un deseo que es como un suspiro de nostalgia, ante el reto tan difícil, yo diría que imposible, de llenar de gente esta montaña.

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