La guerra de Teodora


Tenía noventa y tres años cuando la conocí. Nacida en Lebanza, en el seno de la familia Calvo, vivía en Brañosera, casada en dos ocasiones, y en las dos ocasiones con dos viudos en ese pueblo de montaña.



Cuando empezó a desgranarme su vida, porque tenia hambre de diálogo y las llagas de aquella contienda del 36 todavía le sangraban, sabía que de allí había de salir una historia interesante. Ordené los papeles y las fechas y la remití a un premio de novela que convocaba el semanario de Valladolid, "La Tribuna de Castilla". Con aquella novela modificada varias veces para adaptarla a las bases del concurso, obtuve en el 2000 el Primer premio, que incluía, además del dinero en metálico, la publicación de la obra, bases que los patrocinadores nunca cumplieron.


Todos los sábados, a última hora de la tarde, en compañía de mi mejor amigo, me dirigía a su encuentro. Recuerdo que, para ir, cogíamos la desviación en Salinas y el regreso lo hacíamos por el camino opuesto; tomando en Aguilar el atajo hacia el Barrio San Pedro.

La vida no es un camino de rosas para nadie y menos para ella, que vivió en su propia carne el grito más amargo de la tragedia. Hay un pasaje de la historia ya novelada que me permito transcribir para el lector amigo que me sigue, y como homenaje para ella que vio la última luz en condiciones muy adversas, en la casa de una sobrina de Aguilar de Campoo:

Contaba la mujer que, estando en un rincón de la vivienda, oyó voces fuera. Habían matado a patadas a una vecina embarazada de unos meses. "No se quería morir la mofleluda esa"... "Le bullía la sangre en las entrañas..." Asenjo, que mandaba la tropa ávida de sangre, le arreaba patadas y le decía: "¡So puta!, ¿no te mueres? Pero, serás so puta que aún no te mueres ... ".

En la versión novelada, lógicamente, todo aparece camuflado. Se confunde la realidad con la ficción y el autor olvida un poco los guiones que le dictan su pequeña experiencia, dejando que los personajes, que van introduciéndose en la obra, cambien a su antojo.

Yo creo que lo más sangrante de la historia, me refiero ahora a la verdadera, a la cotidiana y dura vida de nuestra protagonista, es la duda tremenda en la que vive sumergida. Su segundo marido, en tierra de mineros, es considerado comunista peligroso. Ella no tiene intencionalidad política alguna. No se decanta por nada ni por nadie, le duele la guerra en lo más profundo y teme que aquellas voces amenazantes de la calle -"a por estos vendremos mañana"- se hagan realidad el día menos pensado. Tampoco le motiva una historia de amor. Se casa porque no quiere vivir sola, a ver qué pasa, sin afianzarse en medio un sentimiento pasional, pero, por encima de todo, ella piensa que, pase lo que pase, debe ponerse al lado de su marido siempre.

En los últimos años, entrevistando a personajes populares de nuestra montaña, he tenido acceso a otras historias parecidas. En la vida, como en la guerra, no están todos los que son. La historia se olvidó de mucha gente que la padeció en silencio, esperando a un mensajero que nunca llegaría. Cada cual tenía que adivinar por sí mismo la suerte de los suyos y decidir más tarde.

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