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Prohibido morirse

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Vuelvo al periódico. A mi director ya no le pillan por sorpresa mis constantes devaneos y yo creo que me hace un hueco en estas páginas por compasión más que por clase. Lo cierto es que vivo impresionado por todo. Cada día más. Y a ello contribuyen las informaciones que llegan desde todos los puntos. Historias terribles de hambrunas que reviven, de guerras que se avecinan, de venganzas, de abusos y mentiras. Puede que me esté anticipando a nada. El fin de siglo es un invento nuestro que no va a detener el calendario, pero estoy tremendamente impresionado por los cambios que nos auguran expertos e ingenieros de la informática. El caos que todos esos especialistas nos anuncian es preocupante, porque en mayor o menor medida nos afectará a todos: los ordenadores nos enviarán a 1900 y el microondas y la lavadora pueden negarse a obedecer. Leo y transcribo un párrafo cogido al azar de una publicación semanal y facilitado por ibermática: “Tarjetas de crédito caducadas, llamadas de teléfo

Rueda Clemente

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Estoy en contra de la destitución de Clemente, pero no entiendo de futbol. Aunque escribo estas letras porque le han botado personas que tampoco entienden. Supuestamente, le han botado los comunicadores, quienes trabajan en los medios. Gentes que hablan y escriben mucho, que narran acontecimientos deportivos, pero que, en general, nunca han ocupado el puesto de entrenadores. Luego tampoco entienden ni valoran en su justa medida la marcha de alguien, la escapada exigida –según el tono de los narradores– casi a punta de pistola por un grupo de seguidores ansiosos de victoria. No sé en otros lugares, pero aquí tenemos asumido que el contrario es siempre peor. Que si gana el contrario somos malos; es decir, la victoria o el desmantelamiento. No queda alternativa. Es curioso: creemos resuelto el asunto botando a un individuo que no juega. Criticamos a Gil en su momento por el ininterrumpido baile de entrenadores, y ahora nos colocamos a su altura para empeñarnos en ganar, aunque s