Calderetas


El gesto de llevar a la montaña un día de fiesta, no es bastante. Llega el verano y estalla humanidad por todos los rincones. El viejo rito de la caldereta de Cardaño, signo festivo en el calendario regional, o la paellada de Olleros, suspendida este año –según los organizadores– por falta de apoyo, unidos a la celebración del “Día de la Provincia”, que ya disfrutaron Cervera, Aguilar, Barruelo y Brañosera, hace posible un hecho que todos, de alguna forma y en alguna ocasión, hemos vivido y aplaudido.
Pero no es bastante. Muchos de los que viven aquí, siguen sin implicarse, resignados ante la agonía de muchos pueblos, como justificando la decisión de paralizar el proyecto de un hospital comarcal, o esperando en otros casos la lotería de una buena jubilación en la empresa minera.

Nos ha costado muchos años plantarle cara a un futuro más digno y hoy casi todos dudan, dudamos, de la efectividad de esos gestos festivos, de la prolongación en el calendario de esos encuentros donde corre el vino, se dora la carne, asoman vestigios de ricas tradiciones y se pregona a los cuatro vientos la majestuosidad de nuestro entorno.

Si alguien nos observara, no dudaría en calificar nuestros excesos veraniegos como fruto de un mero pasatiempo que no aportará mayores novedades con lo años. Esto dura lo que ha durado siempre: dos meses, a lo sumo tres, y muchos proyectos de casas rurales quebrarán –si la cosa no cambia y las autoridades no se implican más–, porque es mayor la ilusión con la que se emprenden los proyectos que las armas para salir airosos de ellos. Tenemos el lugar idóneo, pero el reparto de la riqueza, que en verano se agradece pues a todos compensa, se desinfla en cuanto asoman las primeras luces de septiembre. Aparentemente, la solución está en manos de quienes ponderamos el lugar, o acudimos con la sed propia de los hijos a degustar la paz de estos rincones de provincia.

El verano es la llave que abre y cierra todos los discursos y que aporta el mecanismo necesario para que todas las ruedas giren. Este es el discurso en el que todos parecemos entretenidos. Mientras haya verano, seguirá el pueblo vivo, pero este planteamiento no solucionará el problema de quienes están dentro. Después de tantos vaivenes y aclamaciones, la pregunta es la misma: ¿Sobrevivirán nuestros pequeños pueblos?. Y aún cuando el calor y la fiesta consigan anular todos los nubarrones del horizonte, la respuesta no tranquiliza a nadie.

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