Cabrillo Gallón
En un viaje reciente desde San Sebastián a San Salvador, he meditado en la necesidad de renovar el canto a la tierra, para que también los ciegos y los sordos sepan que, entre el mar del Cantábrico y la llanura castellana se sitúa la montaña palentina, que no sólo me ofende la torpeza y el desequilibrio de ese tal “Cabrillo Gallón” de hace unos días, al ignorar Palencia entera, sino también al soslayar con tal atrevimiento la grandeza de estas comarcas, su noble espíritu, la rica mezcolanza de sus ritos, el fuero de sus antepasados, el primer Ayuntamiento de España y, en fin, valles y montañas donde la naturaleza depositó sus mejores artes. A intervalos llega del mar la brisa. Seguimos adelante, entre costa y montaña, divisando a lo lejos, espaciados entre sí, múltiples caseríos. Al llegar a Ermua se escapa un suspiro, pero no merma la belleza. Al contrario, es la tierra la que te llama más allá del dolor por sus muertos, en el caso del País Vasco; más allá del silencio que la manti