Costumbres, rituales, brujería... (I)


Viejos autores hablan de los dos soles que se vieron en Formia durante el día. De Concio, el hombre que murió quemado a consecuencia del reflejo de un espejo, o de cómo en Gabies llovió leche y en Cefalonia tierra o del sol que brillo en Pisauro por la noche.

En todas las épocas de la historia se han conocido casos curiosos de monstruos y fenómenos. Julio Obsecunte escribe en su “libro Prodigiorum” de cómo en Piperna nació una niña sin una mano, en Cervéteri nació un cerdo con manos y pies de persona o en otros lugares nacieron niños con cuatro piernas y cuatro manos...


Religiosidad y creencia popular siempre anduvieron de la mano y no es necesario acudir a la Grecia antigua, cuyas calles estaban llenas de adivinos e intérpretes de sueños, para encontrarlo.

Nuestra tierra está llena de señales que se van sucediendo desde el nacimiento hasta la muerte. Quienes por inquietud o vocación nos adentramos en la historia de estos pequeños pueblos, todavía nos vemos sorprendidos por creencias y vaticinios que fueron el hilo conductor de la mayor parte de su vida. En algunos lugares la fecundidad de la mujer iba precedida de un rito y de esa manera, colgaban de su cuello medallas de diferentes santos a los que se atribuía el don. Y así también, el sometimiento de la gestante a una serie de prácticas, los pronósticos que aventuraban el sexo del nuevo ser, los males que podían deparar el incumplimiento de los antojos y una serie de requisitos y conocimientos que de algún modo siguen frescos y activos en la memoria de la gente. Se creía que cuando un niño estaba inquieto o lloraba sin parar era porque estaba poseído por los malos espíritus o había sido objeto del llamado mal de ojo. Para remediar esto, en algunos pueblos las madres colocaban bajo la almohada de la cuna unos pequeños Evangelios bendecidos por el sacerdote.

Gonzalo Alcalde nos traslada un caso ocurrido en Villanueva de la Torre. El protagonista es un niño que no deja de llorar. La madre, preocupada porque pudiera estar hechizado, mandó llamar al sacerdote para que lo exorcizara. El sacerdote en un primer momento se niega pero, finalmente, ante la insistencia de la madre, leyó unos párrafos de los evangelios y el niño al momento dejó de llorar.

La necesidad de torcer el rumbo de los acontecimientos o paliar de algún modo lo que a todas luces parece irremediable, hace que se profundice más en el misterio, en la utilización de métodos que hoy nos parecen increíbles y mucho más en zonas de montaña que viven aisladas e inexistentes para el resto del mundo.

Es evidente todavía hoy las prácticas de los que conocemos por curanderos y a los que acudimos en busca de remedios que no acaba de darnos la medicina tradicional. ¿En cuántas ocasiones los médicos han tenido que vérselas con creencias peregrinas, ungüentos y prácticas que hicieron maravillas en los familiares y amigos de sus pacientes?

Cicerón ya escribía sobre la superstición que nos persigue por doquier, sobre adivinos y presagios. Sócrates temía al mal de ojo, Aristóteles creía en la quiromancia, Julio César temblaba al oir el canto del gallo... y no faltan autores que todo se lo tomaron a guasa, como nuestro Quevedo, que escribió: “Cuando el cuervo siniestro te graznare, la sal se derramare, el espejo se rompiere o temeroso sueño te afligiere, armáraste severo contra la amenaza del agüero...”

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