Costumbres, rituales, brujería... (II)


Quienes no han vivido en esta tierra, los que la conocen por las referencias de visitantes y cronistas, se sorprenderían de tantas hitorias como se fueron desentrañando en ella. Yo que vengo dedicado en cuerpo y alma a remover sus fueros y costumbres, todavía me sorprendo con esos relatos de poderes ocultos que fueron transmitiéndose oralmente y en los que con todo lujo de detalles se nos va describiendo el misterio que rodeó cada escenario, las pócimas utilizadas para aventar el mal y los diferentes personajes que se vieron envueltos o rodeados por ellas.


Muchos pueblos de nuestra montaña, cada vez con menos fuerza y entusiasmo, han venido reviviendo costumbres en los últimos años que arrastran ese halo de misterio, siempre que quienes lo cuenten –como en casos que expondré más adelante– lo hayan vivido de algún modo en el pasado más reciente, o sean fieles transmisores de quienes los protagonizaron.

Es conocido el juicio que se le hacía a San Damián, en Lastrilla, enfrente de la casa del cura, representado por un muñeco que colgaba de la pared. Mascarada que no siempre era del agrado de la gente mayor.

En los albores de su obra sobre la montaña palentina, Gonzalo Alcalde, recoge las costumbres de Villarén, Porquera de los Infantes y Cabria donde se pedían las marzas con una cochinilla de madera pintada de negro.

Unos días antes de la festividad de Todos los Santos, los jóvenes de muchos pueblos de la montaña compraban la oveja más grande para cenarla al atardecer del día uno. En algunos pueblos, como Valdegama y Villacibio, se sustituía por un burro, que recibía el nombre de “machorra” o “borra”. Y la costumbre ha ido tímidamente despertando en otros puntos de la alta montaña, sin fecha concreta, armonizando con la llegada de los emigrantes.

En Villanueva de la Peña tenían autorización para matar una borrega todos los domingos hasta el día de los Santos. Los mozos vendían la carne a las mujeres del pueblo y con lo que obtenían les quedaba para comprar una borrega para ellos y cenarla mientras se iban relevando para tocar las campanas a difunto.

El tío “Rus”, un famoso paisano de Rebanal de Las Llantas, que se hizo famoso en la comarca por el dicho: “Yo tengo una hija y al que se case con ella le mando ciento sillas y cincuenta mil duros de empeño”, cuentan que un año les comió buena parte de una y no volvieron a tener noticias suyas.

En Villabellaco, el día de los difuntos se encendía una gran hoguera de la que el sacerdote recogía las cenizas para el incienso. Para que los mozos tocaran las campanas el sacerdote les pagaba el vino de la cena. En Villanueva o Bustillo el sacerdote les daba a los niños un panecillo y una perra chica. Yo mismo recuerdo, siendo niño, que el de San Salvador nos daba también algo simbólico a los monaguillos.

Costumbres y misterios que se han ido heredando, a veces, sin saber muy bien el significado de los mismos, como el caso que el investigador cita de Matabuena, y en fechas carnavalescas, donde se cuenta que los mozos daban vueltas por el pueblo durante todo el día con esquilas y cencerros atados a la cintura, dicen que para “escurrir antroído”.

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