Costumbres, rituales, brujería... (III)


Una lectora asídua y fiel de mi columna, tan fiel como Jose, el peluquero de Cervera, me pide que hable de Herreruela de Castillería. Me pide que hable de una época en que reinaron las “meigas”, que así de pronto, camino hacia Galicia, parece una prolongación de esas historias que han ido apareciendo a lo largo del tiempo.

En Herreruela todos han oído hablar alguna vez de los malos espíritus, vecinos que tenían el don de adivinar o provocar hechos que a todos les llenaban de inquietud y recelo.

“Tú marido, que está en aquella tierra, tiene en estos momentos un tremendo dolor de muelas” –le predijo el brujo a una mujer. Y así fue, efectivamente.
Claro, esto te lo cuentan ahora y no das crédito. No hay brujos vivos que hayan seguido la estela de sus progenitores, ni casas encantadas que sepamos, cuyos golpes en las paredes o el movimiento de enseres, inviten a la intriga.

Cuentan que cierto día, una señora de esta familia se llenó de piojos. Llamaron al brujo del lugar. Este elaboró una pócima y después de oraciones, ungüentos y un baño en un bidón lleno de poderes, la desaparecieron. Añaden que el brujo dijo estas palabras: “El mal que os acecha acaba de salir por esa puerta” Y lo dijo haciendo mención a una persona que salía.

Por las mañanas y durante algún tiempo, las mujeres de una familia presentaban moratones o mordeduras en brazos y piernas. Efecto causado, según cuentan quienes me lo describen, por el poderío o la brujería de aquel personaje. Durante varios días los hombres del pueblo permanecieron de guardia por la noche pues las vacas, misteriosamente, aparecían sueltas a la mañana siguiente. Se puede argumentar que alguno tuvo la tentación de meter miedo y dejó a los animales sin prender al pesebre, pero quienes formaban parte de aquellas guardias lo habían verificado en ese punto y pudieron oir cómo todos los collares se desprendían del puescuezo de los animales y caían al suelo.

Yo hice mención a este curioso fenómeno a primeros de la década de los ochenta en otro medio de comunicación. Era más joven, me sorprendía más fácilmente, me atrapaban historias que no me atreví a desgranar y que después vi desgranadas por otros. Y vuelvo a recordarlo hoy porque me lo han vuelto a narrar de nuevo personas diferentes, enganchadas de algún modo al misterio que existió, que no provocó muertes, pero fue la comidilla de los vecinos durante mucho tiempo, con el consiguiente calvario de las familias perseguidas por los poderes de aquel mago. Nadie sabe hasta dónde puede llegar el poder de un brujo, por dónde atacará de nuevo o qué hacer para prevenirlo.

Los estudiosos tienen una explicación para aquellos que todo lo que ven o lo que tocan les parece un misterio. Así por ejemplo, al abedul se le atribuye el poder de ahuyentar calamidades; al abeto, la capacidad para atraer los rayos. El acebo fue una planta sagrada que protegía la casa de acechanzas brujeriles. La historia recuerda cuando se plantaban ajos a las puertas de casa porque se creía que retenían la suerte. Lo del antojo de las mujeres embarazadas alcanzó un significado especial en nuestra montaña, y así lo recogen los etnólogos que nos han estudiado. La vida está llena de curiosidades. Unos creerán más que otros. Yo me he limitado a recogerlas y no sin cierta incredulidad en ocasiones, y no sin cierta intriga, a transmitirlas. Basta mirar al mundo cualquier día para darse cuenta de tantas curiosidades como encierra.

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