Cancionero de Palencia

José María Femández Nieto, que cuida bien de los autores, está al cuidado de este libro que Mario Angel Marrodán me remite desde Portugalete: "Cancionero de Palencia". He tenido la suerte de editar numerosos trabajos de este prolífico autor, que veranea en Barruelo de Santullán y que huye de profundas dedicaciones. De ahí este pequeño recuerdo, si así se quiere ver, al autor vasco.


Palencia es inolvidable por muchos conceptos: detalles familiares, cuadros bucólicos, paseos naturales, reliquias, regazos de la piedra, púlpitos y campanarios, y un sin fin más de adjetivos que el poeta, con sencillez, va desgranando a lo largo de 168 páginas.

Esto me recuerda a un cancionero que yo inicié en 1981, de viaje por tierras extremeñas: la impresión era nueva, y así brotaba el canto, diferente.

El poeta no miente; observa y graba; almacena detalles y así brotan, por ejemplo, los arcos querubines de Frómista, la soledad de soledades de Olleros de Pisuerga, el paraje sugestivo de Paredes de Nava; la Plaza de Saldaña, colgando del pasado en el centro; los escudos y blasones de Ampudia; la Virgen del Camino, de Carrión de los Condes, el patrimonio aguilarense...

Cancionero éste, devoto, romántico, donde se resume, sobre todo, nuestro patrimonio artistico. Posiblemente, cualquier cronista local haya contado esto tan bien como lo hace Mario. El libro puede ser un buen homenaje de un poeta foráneo a una tierra que ya le pertenece, y puede venir a demostrarnos lo que nosotros mismos mal interpretamos, aquello que para los mismos lugareños no llega a alcanzar ese justo precio, o ese alto valor que a lo largo del libro se nos viene ofreciendo.

«Acaso, mañana, Palencia sea un cantar en cada boca. Y lo mismo en Carrión que en la montaña se celebre la historia con todo lo que guarda de profundo y de bello...»

Lo poco que dice de Villamuriel de Cerrato: "Tengo el alma enamorada por ese gracial pináculo que da la talla", podría servir para muchos otros rincones de nuestra provincia. Hay algunas frases llenas de enorme contenido: "En San Cebrián el tiempo se ha detenido en la calle Medieval". Parece como si el alma del poeta hubiera sobrevolado el "Oteruelo" y destilara en esas cortas líneas la esencia, toda, de estos pueblos. Mejor puede ser la versión de Brañosera, o del mismo Barruelo y sus núcleos anexos. Pero Palencia, toda, que es hermosa, interesantísima, se nos queda pequeña en este libro, número 118, de la colección Rocamador.

Se olvida de San Salvador, leyenda muda, y de casi todos los pueblos que configuran La Pernía. Se olvida de Vidrieros; acaso alguna mención al Valle Estrecho, como la que hace de Tremaya reseco, quedándose como para las instituciones, en la sombra.

Bien es cierto que, un libro no puede dar cabída a todas y cada una de las impresiones que la tierra despierta en el alma viajera. Después, a lo lejos, todo lo que vimos se condensa, se resume, se estruja, olvidándonos de algunas escenas: la casa de la sierra, la espesura del monte, los huertos, los árboles, las hojas, los pájaros, las truchas, el mirador de Piedrasluengas, aspectos más concretos de la Abadía de Lebanza, respuestas para Cervera del Río Pisuerga...

El libro no deja de ser la modesta opinión de un hombre que se ha visto sorprendido por el hecho insólito que Fernández Nieto explica en el prólogo del mismo: No haber nacido ni vivido en Palencia y escribir un libro de paseo, lo que, por otra parte, no debe producimos vergüenza; al contrario, nos honra esta misiva. Yo intuyo que hay muchas cosas inéditas escritas por poetas nuestros, que cantan a Palencia, pero que por esas cuestiones ingratas de la vida, no se han dado a conocer o no se han tenido en consideración.

Algo debemos agradecerle al autor: no haberse detenido en promesas. La preocupación o el deseo de cantar a Palencia, hecho realidad en este libro, sin hondas pretensiones, buscando la exaltación en cortos versos, en parajes y pueblos que rebosan bondad por cada uno de sus poros.

Cada uno tiene lo que se merece. Nosotros tenemos el paisaje, que rebosa por doquier placeres. El poeta tiene la palabra, más o menos justa para definirlo. Palencia y Marrodán, Marrodán y Palencia.

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