Pasajeros a Indias (I)


Como autor, lo primero que me seduce de los otros autores, son la generosidad y la sinceridad. No sé por qué orden, pero son dos actitudes que me invitan a penetrar en su obra, a revisarla y promoverla, como me ha ocurrido con José María González-Cotera, el autor de este apasionante libro inédito. La edición a través de internet se licencia bajo “Creative Commons”, que concede los derechos de la misma a quienes como este humilde servidor, llegan a sus puertas y desean difundirla de manera altruísta.


En Palencia encontramos un claro ejemplo en la Institución Tello Téllez de Meneses, a la que se ha incorporado recientemente, en el número 78, el ensayo “La aventura política de Matías Barrio y Mier”, de la que en su momento les contaré algo, lo que me llena de orgullo y esperanza por él, por su obra, por su procedencia, por su labor parlamentaria y, sobre todo, querido lector, por esas dos premisas que citaba al principio: sinceridad y generosidad.

Se trata de una historia, como ésta de la que hablo, más o menos sabrosa, que no encuentra editor porque no son rentables.

José María se sumerge en el Archivo General de Indias, sito en Sevilla, para descubrir y argumentar sobre los pasajeros que salieron del valle de Liébana desde 1503 a 1790. El autor decide incorporar en la investigación apellidos que pueden alcanzar a las zonas limítrofes, como Cervera y Pernía en nuestro caso, al objeto de demostrar la participación de todos ellos en la colonización del Nuevo Mundo.

José María relata cómo, al sumergirse en la ingente información de este imponente Archivo, se asombra de la naturalidad con la que allí se daba cuenta de viajes que aún hoy produce vértigo proyectarles y en cuya aventura andaban ya implicados un buen número de cántabros. Al margen de las vicisitudes por las que muchos atravesaron, aquello implicaba heroicidad, deseos de viajar a un mundo extraño, avalado por los relatos de los primeros conquistadores, lo que nos ha llegado a través del cine por la leyenda de “El Dorado”, sin olvidar, naturalmente, la oportunidad que aquello suponía para muchos funcionarios civiles y eclesiásticos, que buscaban un puesto en la gobernación de aquellos territorios o un lugar en las diócesis que se iban construyendo.

En 1524 se crea el Consejo de Indias al que aparece vinculado la Casa de la Contratación, donde se trataba de la revisión y el aprovisionamiento de los buques, la adquisición de mercancías: armas, municiones, azogue para el beneficio de la plata...

Entre otros cargos, se cita al tesorero, a cuyo cargo estaban todos los caudales de las Indias, tanto de la Corona como de los particulares, haciéndose cargo así mismo de los bienes dejados por los fallecidos en aquellas tierras o en la travesía, hasta que eran asignados a sus herederos legítimos.

Con el tiempo, como sucede siempre en todas partes, la citada casa de la Contratación se vio aquejada por la ineficacia, lentitud y venalidad de los funcionarios, hasta sumergirse en un verdadero caos de compras y ventas, de intereses creados. La insaciable voracidad de Hacienda condujo a proveer más oficios de los que eran necesarios, apareciendo los "jueces supernumerarios", que habían de aguardar para ocupar su destino a que quedara vacante su puesto.

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