Cabrillo Gallón


En un viaje reciente desde San Sebastián a San Salvador, he meditado en la necesidad de renovar el canto a la tierra, para que también los ciegos y los sordos sepan que, entre el mar del Cantábrico y la llanura castellana se sitúa la montaña palentina, que no sólo me ofende la torpeza y el desequilibrio de ese tal “Cabrillo Gallón” de hace unos días, al ignorar Palencia entera, sino también al soslayar con tal atrevimiento la grandeza de estas comarcas, su noble espíritu, la rica mezcolanza de sus ritos, el fuero de sus antepasados, el primer Ayuntamiento de España y, en fin, valles y montañas donde la naturaleza depositó sus mejores artes.

A intervalos llega del mar la brisa. Seguimos adelante, entre costa y montaña, divisando a lo lejos, espaciados entre sí, múltiples caseríos. Al llegar a Ermua se escapa un suspiro, pero no merma la belleza. Al contrario, es la tierra la que te llama más allá del dolor por sus muertos, en el caso del País Vasco; más allá del silencio que la mantiene en el olvido, en el nuestro.

Ya en Bilbao, antes de dirigirme hacia Santander, hago fotocopias de la página 3 del Diario Palentino, que distribuyo entre la diáspora, sobre todo gentes de Osorno, Castromocho y Ventanilla, amigos y conocidos con los que me encuentro a diario.

El director ha soslayado la creciente duda y muy a su pesar ha hecho público el artículo de un enfermo mental que ha olvidado los mapas de la escuela donde, entre León y Burgos afloraba una provincia española que siempre sentó bien al forastero, por donde a raudales corrió sangre de artistas que, más allá del absurdo protagonismo y otras falacias conmovedoras, labraron en silencio su obra, dejando una estela viva por donde hoy todavía los artesanos se conducen con gracia.

De Extremadura, por las cañadas, llegan a los puertos del norte las merinas. De Vizcaya y de Burgos, montañeros. Y tanto llamó la atención de los políticos regionales que la nombraron Parque Natural. Así, sus gentes, conjugaron el vino de la Rioja, con el Orujo de Lantadilla, el queso del Cerrato y la carne y las pastas de Cervera.

La gente de la diáspora leyó y se quedó pasmada. Sólo las palabras de Mariano Valero y la risa de Pedro de Hoyos, restaron importancia al cerebro herido de un murciano, que se coló en las páginas centenarias del diario de una provincia española larga y hermosa, única por tantos motivos y, principalmente, abierta y generosa con todos los que llegan a sus puertas.

Llego a Venta Morena y veo una nueva casa rural. Entro en San Salvador y encuentro un grupo de niños de otras provincias en la plaza. Hombres y mujeres, con su mochila al hombro, pasan frente a mi casa. Seguro que se sentirían heridos si alguien mañana va y escribe en el diario de su provincia que Palencia no existe. Murcia no es culpable de haberle dado cuna a un indeseable que descargó su mentira en “La Verdad”, tal vez, todo es probable, para poner a prueba nuestro amor por la tierra.

Palencia existe, necio. Y existe su montaña.

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