Viaje al otoño (III)

De aquellos políticos, este Golobar





Hace unos días, el compositor Luis Guzmán Rubio, a caballo entre Tarragona y Palencia, amigo entrañable a pesar de la edad y la distancia, estuvo en San Salvador y me dejó un mensaje, porque sabe que en estas latitudes es muy difícil encontrarme en casa. Y lo recalcó bien -según testigos- que por nada del mundo me metiera en política. Aunque con menos bagaje y experiencias, vengo movido por eso que ahora llaman cultura. Me apasiona escribir y en otro tiempo también viví la música en solitario y con otras personas. Fue allí cuando ya me di cuenta que la política estaba en todas partes, se filtraba como el agua o el aire por todos los resquicios. Era como un fantasma inoportuno que siempre paseaba sus demonios, llegando a provocar la guerra una frase que algún sector del público rechazaba por cuestiones de equivocado patriotismo. Uno de los últimos años, ofrecí en León, durante una semana, una serie de recitales. La mayor parte de los temas eran canciones de amor de mi propia cosecha y se incluían asimismo temas tradicionales; romances recogidos en los pueblos de la montaña, una versión de la despedida de la novia a la puerta de la casa, y coplas adaptadas a la guitarra, además de algún tema obligado de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Hilario Gamacho, Pablo Guerrero y otros autores a los que de alguna manera seguía y admiraba. Fue el último día, al interpretar una canción que hablaba de Castilla y con la que yo me inicié hace muchos años en un festival de la canción que se hacia en Alar del Rey, cuando recibí una tremenda reprobación del público asistente. La letra decía así:

Amigo Andrés: de un pueblo quiero hablarte
que late bajo el cielo de Castilla,
pueblo que guarda intacta la semilla
como el de tu Rogelio he de aclararte.
Mantienen estas gentes su estandarte
de raza colonial, noble y sencilla,
conservando la imagen amarilla
que suelen conservar las obras de arte.


La letra que había publicado Timoteo Herrero en una revista de Laguna de Duero, me llenó tanto que decidí ponerle música y añadirle a mi equipaje. Y yo que traté toda mi vida -creo que todavía trato- de pasar de largo de la política, me encontré con aquella brusca reacción del respetable, interpretando, precisamente, una de mis canciones preferidas. Fue el encargado del local quien me advirtió que la sacara del programa porque allí lo de Castilla no estaba muy bien visto. Con tantos amigos como yo tenía en aquella tierra, que colaboraron conmigo como poetas o escritores... recuerdo a María Azucena Modino Robles; el poeta de Villablino, Víctor Corcoba, que los últimos años me enviaba sus trabajos desde Granada; gentes de Veguellina de Orbigo, de Prioro, de Riaño, que además consideraba paisanos míos, me estaban diciendo de alguna manera que me encontraba en otro país y no debían mezclarse los dos vientos.

Tú sabes bien, amigo Luis que no me gusta la política. Mis impresiones o mis críticas en ese campo han tratado de ser siempre objetivas; perdona, Nuria, ya sé que no compartes lo de la objetividad conmigo. Ni entiendo la obsesión de quienes se esfuerzan en demostrar que están en la política para defender los intereses de los ciudadanos que le votan. Allí se supera con creces el 2,5 por 100 de subida que asignan con mucho morro para el resto de los funcionarios, los que se hallan en los círculos de abajo y que son por añadidura los que reciben siempre las pedradas. Conforme las señales que nos llegan, allí deben superarse todas las incomodidades y de cuando en cuando se les exige a los compañeros del Parlamento una atendón a modo de codazo hacía un determinado asunto, que en nuestro caso puede ser el Parque, el mirador de Piedrasluengas, la minería...

Da la Impresión, yo así lo entiendo por los comunicados de prensa, que en muchos pueblos hay una contienda brutal entre la oposición y el partido en el poder. "Que no me toques los bemoles, que esto lo hice yo, que lo de más allá fue gracias a nosotros que nos movimos ... " y así una serie larga de meneos que no vienen a cuento, porque las cosas se hacen y se mejoran entre todos y a todos les toca un poco de gloria cuando se consiguen y un poco de penar cuando se malogran. Sí quienes están metidos dentro no se ponen de acuerdo, poco podemos esperar quienes lo vemos desde lejos, y para muestra unos botones:

"Nuestro objetivo -declaraba hace unos años Alberto Fernández, el portavoz del Partido Socialista en el Ayuntamiento de Cervera- es luchar por la comarca de la montaña palentina, donde la dejadez de la Junta y la dejadez de la derecha, han creado clarísimas deficiencias de infraestructura".

El Partido Socialista de Palencia habló así a propósito del Golobar: "Estamos cansados de oír que el norte de la provincia de Palencia necesita desarrollar iniciativas que generen riqueza y puestos de trabajo, y que la vocación principal es la del desarrollo turístico. Ahí tenemos una iniciativa importante y fácilmente desarrollable, pues a pesar del aspecto catastrófico del edificio, su estructura está bien, el tendido eléctrico está bien, la carretera es aceptable y pueden crearse de quince a veinte puestos de trabajo estable".

Fue en Otoño también. Hace unos años. El gerente del Hotel Valentín me había localizado y quería que me hiciera cargo de la discoteca los fines de semana. Era joven, inquieto y me rendí a dicha propuesta porque las horas del día podía aprovecharlas para recorrer lugares y contar luego historias en un diario nuevo que fracasó en Palencia. El día que visité la estación del Golobar por primera vez, aquello me pareció la prolongación de un sueño. Fue como el descubrimiento de un secreto a pocos kilómetros de casa. Fue un espejismo que duró lo que dicen que dura un caramelo a la puerta de un colegio. Todo pasó como una ráfaga. En cuestión de segundos. Bajar y despertarme ante un montón de ladrillos rotos, griferías arrancadas y, en fin, establo de caballos y de vacas. Ver para creer, como vio y contó años más tarde en este mismo diario el senador Felipe Calvo.

Una carretera en toda regla, un mirador hacia Campoo en la explanada. Un lugar con su tendido eléctrico, y un Parador colgando estratégicamente, a socayo del viento, a doscientos metros de la Sierra. El espectáculo estaba asegurado. La idea no pudo ser más acertada, ni mejor el comienzo (tanto como costoso debió de ser guardar el secreto de más de mil millones de gasto generosos). Y nunca he podido superar lo que para mí significó el silencio más absoluto sobre aquello por parte de nuestros mandatarios. Los políticos dejaron enterrada una fortuna en aquella parte de la Sierra y me consta que nunca darán explicaciones, que aquello, no sé por qué oscuro motivo, está condenado a la desidia.

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NOTA.-En el Parador Nacional, un lector me increpó duramente, porque había leído un artículo mío donde se decía lo siguiente: "Según Julio Caro Baraja, antes de la romanización, en todo el sector Cantábrico, desde Galicia hasta los Pirineos, se habló una lengua o dialecto de una sola lengua que sería el euskera".

Como es lógico citaba al prestigioso investigador a raíz de la crítica que le hacía al escritor leonés José María Villanueva Lázaro. Personalmente nunca me he pronunciado al respecto, ni lo deseo para el presente, tal y como están las cosas de los nacionalismos, pero no podemos negar nuestro pasado, ni podemos borrarlo, ni echar más carbón por tanto incomprendido.

Más bien me inclino a pensar que fue un poco la venganza hacia el artículo que sobre aquel centro escribió Nuria Donat.

Ella sus motivos y razones tendrá. A mí, que me registren.


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