El mal de todos


Nadie está libre de las miserias de este mundo. Nadie. El dinero y la inteligencia abrirán puertas. Los títulos y los trajes podrán vestirte de prestigio. La escuela de la vida te aliviará el camino. Y si, además, tienes un poco de suerte, te sonríe la fortuna, te arropa la familia y los amigos, el camino se te hará más ligero, pero ni siquiera con todas las cartas de tu parte encontrarás ese camino de rosas que soñaste. John Bayley lo sabe bien.

El autor británico refleja en su libro “Elegía por Iris”, cómo él, “un joven académico espectacularmente ignorante respecto a las cosas mundanas, se quedó prendado de Iris Murdoch...”, como ambos tomaron la decisión de no tener hijos, absorbidos por unas carreras deslumbrantes. Escritores de reconocido prestigio en su país, montados en una línea que parecía no romperse nunca, llegan al ocaso de su vida y se dan de bruces con el terrible mal de Alzheimer. Ese es el mal de todo el mundo. Nos olvidamos que está latiendo ahí, hasta que nos envuelve. Ese mal y tantos otros males imprevistos para los que no encontramos solución precisa.

Ronald Reegan, sufrió esa misma historia. Un rotativo de su país, “The Times”, jugaba con la versión de Patti Davis, la hija que estuvo lejos de su padre mientras fue presidente de los EE.UU., la misma que luego se pregunta: ¿qué le podemos regalar que le ilusione...? Reagan, el que fuera el presidente más poderoso de la tierra, el que tuvo en sus dedos el destino del mundo, que casi no reconocía ya a los suyos, recibió en una de las últimas navidades unos globos, libros para niños y chocolatinas. “Son para ti –le dijeron. No tienes que compartirlas con nadie”. “¡Qué bien” –exclamó, colocándo sus regalos, uno en fila de otro, encima de la mesa.


Imagen: www.telegraph.co.uk/

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