Carracedo: El anuncio de una despoblación

Lo que se viene constatando desde hace ya dos décadas, aquello de lo que hablan los sociólogos cada vez con más frecuencia, lo que nosotros aventuramos a la vista del censo actual es ya un hecho evidente. Alguien lo hizo romance muchos años atrás, tomando el narrador el cuerpo de un vieja y describiendo a través de ella toponimia y costumbres de nuestros antepasados.


Hace pocos meses, cuando mi padre, que conoce palmo a palmo estos pueblos, me contaba las personas que han quedado en cada uno de ellos, la sensación de tristeza se apoderaba de mi alma. Es algo consanguíneo que ya he tratado de apagar en varias ocasiones, pero que no he podido. Tan fuerte es la atracción, tan profundo es el sentimiento, que así se explica este cuaderno de montaña, abierto desde lugares tan distantes, hablando de olvidos que a mí ya no me implican, ni me sacuden y que, a pesar de las grandes lagunas y los conatos de recelo que sé que existen, sigo surcando, no sé por cuántos folios más, como una historia que sin querer comparto y necesito.

Carracedo es un parque natural reducido, que disfruta Cervera -luego entenderemos por qué- situado entre Polentinos y San Salvador, dejando al Occidcnte Estalaya y Verdeña. Tierra que dicen, estuvo habitada por bravas y altaneras gentes. En el siglo XIV se hizo un libro donde se asientan por merindades todas las behetrías con las que cuenta entonces Castilla. Era Don Tello de Carracedo, Infante bastardo, señor asimismo de Verdeña, y a quien por ello pagaban infurción y martiniega. Nadie sabe cómo, en realidad, el pueblo se fue quedando solo. Esto ocurrió, según el narrador, hacia el año 1400, puesto que en el siglo. XV hay escritos que revelan que sobre este despoblado había litis-pendencias.

Hasta que llegó el momento en que sólo quedó una vieja, como en Foncebalón. El mentor de este episodio político-geográfico no precisa si era viuda, casada o soltera, sólo que pasaba ya de ochenta, que usaba corpiño y basquiña negra, refajo de colorcilla, tocas blancas y calcetas y de calzado escarpines y albarcas, además de mantera, dengue y justillo.

La anciana asiste desolada al espectáculo de la despoblación. En este punto podemos entretenernos con una serie de términos que ahora mismo nos acompañan. Si por norma general nadie vuelve a los pueblos, si apenas se celebran bodas o los nacimientos son escasos, y si las personas por ley de vida o de destino van muriendo, a la vuelta de unos años, muchos pueblo habrán desaparecido, salvo que una política diferente o un fenómeno de repoblación que ahora mismo no se contempla, vengan a cambiar esta condena. Apoyada en fuerte palo -dice el cantar- se dirige hacia Verdeña, rememorando lo que atrás deja, y lo que fuera el pueblo donde viviera tantos años. Pasa el Pisuerga, junto al Prado del Esgovio y después de rezar en la ermita de Santa Ana sigue camino hacia las Concejadas. Matías Barrio y Mier [1] describió con todo lujo de detalles los lugares por los que pasaba: Venta Morena, Vallabar, Quintana, Peña Horadada, Matillalera, Pozalgato..., algunos posiblemente desconocidos hoy por sus actuales moradores. Verdeña es un precioso pueblo de la Castillería, donde la reciben con la hospitalidad que caracteriza a estas gentes, hasta que, cansada de sopas de centeno a la cazuela, torreznos y arvejas blancas, emprende el camino de Estalaya donde por miedo, por recelo es rechazada. Sube el Vallegón, llega a Rabanal y después de contemplar picos y peñas, pueblos y vegas, entra por fin en Cervera un día de mercado. Hace unos años, un vecino de Camasobres me contaba una curiosa anécdota. Dice que una mujer del pueblo acudió a una boda que se celebraba en Aguilar, y al entrar en la villa exclamó: ¡Dios mío!, ¡Qué grandísimu es el mundu, que llega hasta Aguilar y más allá! ... Lo mismo dicen que le ocurrió a la vieja, al ver la animación y el bullicio reinante en Cervera de Pisuerga. Sea como fuere, lo cierto es que después de mucho andar, le abrieron una puerta y con miras a heredar lo que parecía ser patrimonio de la vieja, esta pactó con la Juslicia ciertas condiciones a cambio del hospedaje. Lo que Verdeña había dado por amor, Cervera lo entregaba por el interés. 

La leyenda nos mete un poco en el camino de las desavenencias para explicar la existencia de numerosa fauna y flora, toponimia y descripciones que aún hoy día permanecen ignoradas por la gran mayoría. ¿Envenenaron a la vieja? ¿Le indujeron a mandar el terreno a Cervera, castigando sin un palmo a Estalaya por su torpeza? Aunque, dicen que a Estalaya fueron a parar las campanas de su iglesia y a Verdeña las pilas de agua bendita.

Tal vez no fuera abuso, salgamos un momento de la historia. Cervera de Pisuerga sigue teniendo hoy en Carracedo su cabaña y restos de una mina de mármol donde trabajaron los hombres del contorno. Costumbres que fueron, lugares que pisamos, viejas cuentas en las que ya se mencionaba el asunto ese de la despoblación que ahora mismo nos ocupa.


[1] @Froilán de Lózar es autor de una extensa biografía sobre Matías Barrio y Mier, publicada en 2008 por la Institución Tello Téllez de Meneses. Allí se explican esta y otras leyendas. 

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©Froilán De Lózar para la sección "Cuadernos de Montaña"
 "El Norte de Castilla"




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