La sombra del censor

Durante estos meses de silencio, muchas veces he pensado en cerrar el cuaderno y así se lo he expuesto a quienes por una u otra razón esperaban mis comentarios. He de confesar –antes de entrar de lleno en esta nueva serie–, que la prensa palentina me ha dado una oportunidad que creo haber aprovechado correctamente, poniendo sobre el tapete historias de nuestra montaña.

De la serie "Vuelta a los Orígenes"
Por otro lado, cada vez que me siento ante el papel en blanco para tratar de poner en orden muchos de los mensajes recibidos, vuelvo a mi estado natural: me concentro, como los deportistas, me tranquilizo como el artista que, a medida que la obra avanza, se va metiendo en el papel, se va sintiendo más seguro; como el pintor al que encargan un cuadro con motivos que domina. Dejo el síndrome y vuelvo a ser yo mismo, buscando la manera más acertada de transmitirles tantas impresiones.

Ello es sencillo y divertido, porque a lomos del recuerdo te sumerges en el mundo de tu niñez, en la historia de tus mayores; recorres los caminos de siempre hallando en cada paso un nuevo estímulo, como una nueva fuente de inspiración. Este ejercicio, aunque se repita miles de veces a lo largo de tu vida, nunca te cansa. Es como asomarte a una ventana y contemplar tu sueño de siempre hecho realidad. “Aquí no hay nada” –insisten tus paisanos–. Pero tú, que vienes amedrantado por los tiros, oculto en una mascarilla por el humo, con el disfraz de mil discusiones en las que no pudiste tomar parte por miedo, tienes aquí todo lo que un ser humano necesita para valorarse y entenderse. Sólo cuando te adentras en el latido diario, te sacudes la idea de la belleza total, de lo absoluto, al darte de bruces en este marco de belleza infinita con los asuntos cotidianos que aquí les atan, que aquí les merman tanto.

De una tierra con dialecto de bombas, a la que te sientes ligado por la familia que ha nacido en ella, por los amigos, por las gentes de tantos pueblos españoles que amanecen con la confusión de no pertenecer a ningún sitio –hasta ese extremo posesivo que ellos piensan–, vuelves a encontrarte con tus propias raíces y encuentras una losa de hielo cada vez más grande, una distancia cada día más insalvable, un pueblo que nunca comprenderá lo suficiente el empeño de tus palabras. Aquí bulle un poco ese pensamiento incorregible de que te has ido y de que perteneces a otra historia, pero no es verdad y me preocupan esas mordazas que parecen ofrecerse gratuítas entre ellos y hacia nosotros.

Un miembro de la Asociación “Norte Palentino”, me contaba que el médico había dejado de hablarle de la noche a la mañana. Al parecer, el encargado de denunciar todos los asuntos relacionados con este tema en el Consejo de Salud, había censurado ciertas posturas en algunos casos muy concretos que ocurrrieron en la zona norte. Por alguna razón el informe había transcendido a la Prensa y el médico afectado les censuraba días más tarde: ¿por qué no me habéis dicho nada a mí de lo que íbais a poner en el periódico?

Hace un año, el secretario del Ayuntamiento de la Pernía me entregaba un sobre para que hiciese un comentario sobre la Feria de San Bernardo, y otro empleado que había dentro exclamaba: “Si escribe algo ése de la Feria, le denuncio”. Pues, he aquí que, estos casos de evidente desprecio son ceniza comparados con otros que recientemente me contaron. Ciertos representantes del Ayuntamiento de Guardo le sugirieron al corresponsal que antes de enviar sus escritos al periódico se lo pasaran a ellos para “corregirlo” y así evitar errores. “Ven más dos ojos que uno” –le dijeron–. Sucede que, entre tanta gente estupenda, siempre anidan mezquinos que enturbian todos los mensajes, que le dan la vuelta a todos los signos, que son capaces de quemar su propio nido para no dejar huella; espías de todos los partidos y, además, por su posición social privilegiada, por su dinero, temidos y respetados hasta después de muertos…

Pero no tendría sentido regresar a estas páginas obcecado en buscar una justificación o una respuesta a actuaciones que no la tienen.

Vengo para hablarles del corazón de aquellas otras que al alba se detienen junto al surco y avívan todos esos sentimientos dormidos durante nuestra ausencia.

Es verdad que son historias románticas, con un cierto poso de añoranza: ríos y arroyos cristalinos, verdes prados, veredas con olor a oso pardo, las eras donde se hacía la faena de la trilla en el verano, el campo blanco de rocío a la mañana, los frutos de la huerta, la memoria de la gente…

Esa es la Tierra que me espera. Esa es la Tierra a la que busco. Esa es una de las historias que merece la pena ser contada, que Palencia la mencione, que la provincia la conozca; que se conjugue la leyenda en la que un Conde, ciego de celos, encuentre la respuesta milagrosa de la Providencia.

El camino es muy largo y ha de recorrerse precavido, pero con pleno convencimiento, borrando poco a poco la sombra del censor que aún aflora a lo largo y ancho de nuestra montaña palentina.

© Froilán de Lózar – Diario Palentino 

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