Labradores de piedra

Razones para vivir no faltarán aquí, donde los maestros canteros nos dejaron sus ideas, inspirándose en la Biblia, los evangelios apócrifos, las leyendas y romances populares.... Daniel Fernández que, en la presentación del cuaderno que dirige Casilda Ordóñez, encuentra numerosas dificultades para descubrir el velo que ocultaba lo que había detrás de los muros seculares de las casonas, vuelve a la carga en 1992, con “la temática decorativa de nuestros canteros en la época románica”. Allí alude a los dos toros tallados que se enfrentan en la colegiata de San Salvador de Cantamuga y a los “falos” que se reproducen en la de San Cebrián de Mudá, y que a decir de nuestro erudito, podrían estar relacionados con el poder, la fortaleza y la virilidad.



Allí donde se inicia la cola del pantano de Requejada, pasando el puente que lleva a Polentinos, emerge el jardín de Carracedo.

Recuerdo que yo era muy niño cuando algún domingo bajaba con mis familiares a comer en el edificio que el empresario de la mina había levantado para dar alojamiento a los trabajadores que venían de fuera, entre ellos, los gallegos Francisco y Miguel Rafael, mis tíos políticos. La casa se encontraba a la entrada misma de este parque, muy cerca de la mina de cobre en la que trabajaban también las gentes del contorno. Las lenguas comentan que se llegó a sacar oro y todavía se hablaba no hace muchos años de ponerla en circulación de nuevo. En esta mina trabajaban gentes de Polentinos, pueblo donde crecieron excelentes canteros: Fermín, José Ibáñez, Florentino Llorente; Mariano Sordo, que aprendió el oficio de su padre Fulgencio, y Cayetano Ruesga que, al decir de las gentes, era el que mejor labraba las esquinas.

En 1983, yo era corresponsal en Cervera del diario “Noticias de Palencia”, cuando Daniel Fernández, que ejerció como sacerdote durante muchos años de la villa, nos sorprendió grátamente a todos con el fascículo número 7 de “Apuntes Palentinos”, donde se adentraba en los vericuetos de la historia.

Hay un dato curioso que a mí me sigue sorprendiendo y que se resume en las primeras líneas escritas en el mencionado cuaderno: “Hay en torno a Cervera un silencio absoluto. Carecemos de fuentes escritas, estudios monográficos que aporten alguna pista...” Pero tan audaz como excelente observador, el sacerdote afronta el riesgo y comienzan a salir de sus adentros vivencias e historias, rasgos y costumbres propias y específicas también de las comarcas de Pernía y Castillería, cuya capitalidad sitúa –como hiciera también en su día el investigador Gonzalo Alcalde– en la villa de Cervera.

Con algunas referencias de Daniel y el ambiente de fondo que me deja Ken Follet, me adentro en las primeras cuestiones de la piedra, imaginándome a los canteros de aquellos días en estas altas tierras del Pisuerga. En la obra magistral de “Los pilares de la tierra”, todo gira en torno a la construcción de una catedral gótica en el pueblo de Kingsbridge donde no faltan los monjes ambiciosos, la guerra por el poder y la muerte violenta de personas que habían encontrado en aquel lugar una razón para vivir.

Razones para vivir no faltarán aquí, donde los maestros canteros nos dejaron sus ideas, inspirándose en la Biblia, los evangelios apócrifos, las leyendas y romances populares.... Daniel Fernández que, en la presentación del cuaderno que dirige Casilda Ordóñez, encuentra numerosas dificultades para descubrir el velo que ocultaba lo que había detrás de los muros seculares de las casonas, vuelve a la carga en 1992, con “la temática decorativa de nuestros canteros en la época románica”. Allí alude a los dos toros tallados que se enfrentan en la colegiata de San Salvador de Cantamuga y a los “falos” que se reproducen en la de San Cebrián de Mudá, y que a decir de nuestro erudito, podrían estar relacionados con el poder, la fortaleza y la virilidad.

Yo soy un simple y singular testigo de la historia. Subido al altozano me imagino al monarca delegando en un magnate de su confianza la repoblación de aquellas tierras. En el año 832, ocho años después de conocerse la “Carta Puebla” de Brañosera, se confirma la existencia de varias comunidades cristianas en torno a Cervera. Los Condes de Peñas Negras, Alfonso y Justa, dotadores del monasterio de Lebanza, le ceden entre otras posesiones las iglesias de San Vicente; San Juan y Santa Leocadia en Carracedo; situadas, señala, en territorio de Cervera.

El trabajo de Daniel es importante, como importantes son las conclusiones a las que llega tras aquella inmersión en nuestra historia: “Invito a todos los cirbarienses a escuchar el lenguaje vivo y elocuente de las fachadas y escudos de blanca piedra de nuestras casonas y a que nutran sus inquietudes, bien legítimas, de prosperidad y crecimiento, en lo que ha sido siempre su corriente histórica”.

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