El pueblo como bálsamo
Sabemos que las cosas están tan mal para muchas familias, que tienen que arreglarse con lo poco que entra en casa de la pensión de los abuelos; a otros muchos, apenas les llega lo que ganan trabajando para pagar las deudas. Uno lo ve al salir a la calle, en el local de Cáritas que dispensa comida dos días a la semana; lo percibe en el semblante de las personas que ya de último, a lo único que aspiran, es a vivir con lo mínimo, a vivir en paz. Entre los compañeros de trabajo suele salir a colación cada día toda esta rémora que traemos a rastras desde que nos dijeron que habíamos entrado en recesión. Aunque hay pequeños golpes de fortuna con los que algunos se liberan un poco, bien sea en el terreno emocional, bien sea en el económico, que no han de ocuparlo todo las penas y quebrantos, también es evidente que para algunos la recesión dura toda la vida. Hace unos días, en el descanso, una de las compañeras de trabajo con un largo bagaje de experiencia, que ha vivido durante unos a