El agua y el molino

En un interesante estudio realizado para la Universidad de León, José Ramón Morala plantea una clasificación tipológica en la que está representado el concepto del agua. Me fijo en las cuestiones importantes que allí expone y la razón que se evidencia al trasladarlo a nuestra tierra.


Creo que ni los que viven aquí ni quienes vienen de fuera, reparan en la importancia del líquido elemento; de qué modo la presencia del agua determina la configuración del paisaje; cómo los nombres de ríos, arroyos y charcas, además de modelar el paisaje físico, intervienen en la configuración del paisaje humano.

Quienes estudian la toponimia de los diferentes lugares, aseguran que, por norma general, en las cuencas altas, en la montaña, los ríos unen –lo que separa no son los ríos, sino las cordilleras que definen cada valle– lo que en nuestro caso (obsérvense los valles de La Castillería, Pernía o el Valle de los Redondos), esta premisa se cumple a rajatabla. El mencionado autor nos ilustra con tres ejemplos: Bernesga, en León; Alesga, al sur de Asturias y Ruesga, en la montaña palentina, en los tres se puede deducir que la voz “esga” podría haber significado “río o corriente de agua” en su orígen, aspectos que de algún modo ha explicado ampliamente Gordaliza.

Y si hay una industria que desde siglos nos identifica con el agua, esa no es otra que los molinos harineros. Gonzalo Alcalde expone en su web la tres modalidades de molino que se han conocido en nuestra península: molinos de sangre, que requerían el empuje humano o animal; molinos de viento y los molinos hidráulicos, algunos situados directamente sobre el cauce del agua (véase el molino convertido en casa rural en Cervera de Pisuerga), y otros a los que el agua les llegaba mediante un canal o cuérnago que salía del río. Como ejemplo encontramos el molino de “Grajas”, situado en Carracedo; el que un particular restaura actualmente en San Felices, el molino de San Salvador, que hacía uso de una presa y que tuvo mucha importancia en estas comarcas y el de San Juan de Redondo, que responde bien a las características que se citan en este tipo de arquitectura popular.

Se trata de un edificio cuadrado, de dos plantas. En la planta baja se coloca la rueda de palas o rodezno, que recibe el agua a través de una válvula y en la parte superior se encuentra toda la mecánica: torno, tolva y piedra de moler. Las piedras son circulares y están superpuestas una en otra, girando la que se encuentra arriba de acuerdo con la potencia que le proporcione el rodezno.

Gonzalo aporta en su web una exhaustiva información donde se mencionan también los molinos de “oilo”, en los que se molturaban granos de lino para obtener así el aceite de linaza que se usaba para el alumbrado.

Lo cierto es que visitamos juntos el molino de San Juan, adquirido por un particular y en cuya recuperación han intervenido Aquilino de Mier Ramasco, Manolo Calleja Aja, Lorenzo de Mier Vélez, Vicente Torre de Celis, Mariano de Mier Simón y María de Mier Morante. Se encargó de restaurar la maquinaria Javier Vilda Vilda.

Reconforta saber que muchos de estos edificios se están recuperando gracias a la iniciativa privada, empeñados en dejar constancia de nuestra memoria histórica. Dice el cantar:


Ven conmigo al molino
y serás mi molinera;
tú echarás trigo a la tolva,
mientras yo pico la piedra.


@De la sección "Impresiones", en "Diario Palerntino".

LO + VISTO

Pueblos desaparecidos

Pueblos desaparecidos y despoblados (II)

El descubrimiento del carbón

El Santuario del “Carmen”

Curavacas

Guardo