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Estar en el cielo

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Es una expresión que solemos utilizar cuando estamos en la gloria, cuando no duele nada, cuando el sueño es hermoso. En todo momento he procurado huir del pesimismo y más en una columna del diario, donde se necesita ahora más que nunca ilusión y gente que te anime, que la vida son dos días y no vamos a estar de plañideras de continuo. Pero no sé por qué razón, tal vez porque la peste también afecta a la razón, estos días yo no veo caridad, ni bondad, ni hermosura por ningún lado. Ahora todo el mundo busca su momento. Es probable que yo esté equivocado, y esa desconsideración que observo a manos llenas en todas partes sea puntual, no sea una apuesta general del mundo. Es posible que sea la edad, que uno con el tiempo se va volviendo raro y ve ampollas donde apenas salen unos incipientes callos. Lo cierto es que, cuando regresamos a esa normalidad tan anunciada, volví a San Salvador y me centré en la ilusión que ahora ocupa mis días, una biblioteca-museo donde hablen los libros, que siem

Olleros al principio

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Reconozco que ese viaje intenso que mantenemos en este diario desde hace ya cuatro años, se ve reforzado cuando vuelves a los lugares de los que hablaste, sin otro planteamiento que recordar lo que te contaron los custodios, que son entes cercanos que saben divulgar en sencillas palabras tanto valor atesorado. “Y miro al agua, su inmensidad, su olor a heno, su sabor a enebro y sal”, palabras del poeta que explican todo lo que se mueve en el entorno, todo lo que conlleva la vida en el lugar: el olor, el sabor, la inmensidad. El literato de los carteles que anunciaron las edades del hombre en Aguilar, sabe bien la importancia que aquello tuvo y la pregunta que hoy cuelga de los muros: “Piedras que se miran en las aguas, como si el tiempo se hubiera olvidado de esta tierra”. Mira que he venido ya diez veces, pero me cuesta llegar, me pierdo hacia Alar, al no encontrar en esta infernal autovía indicación que me señale el camino hacia Olleros de Pisuerga. Luego se me quita el enojo,

A un paso de Urueña

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Que no es necesario irse muy lejos para descubrir bellos rincones o lugares de gran interés turístico es algo con lo que estarán de acuerdo conmigo, pues en cien kilómetros a la redonda tenemos rincones y pueblos para quitar el hipo. Muchas veces, por desconocimiento, por pereza, tardas en descubrirlos, como ocurrió hace unos meses cuando viajando por la provincia de Valladolid, descubrí el pueblo medieval de Urueña. Froilán De Lózar Castilla y León es vida A modo de pinceladas, como de puntillas, el libro está lleno de interesantes curiosidades desconocidas y de referencias -algunas también desconocidas-: Toponímicas, históricas, monumentales, paisajísticas, culturales y gastronómicas. €16,00 Tapa blanda

A la luz de las velas

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Una de las cosas que más me gusta es viajar, conocer pueblos y ciudades, explorar rincones, recoger sonidos y costumbres de las que me han hablado otros. Consciente de que siempre quedan historias por saber, que todo es diferente cuando pisas las calles de estos pueblos, repito el viaje hacia aquellos puntos que me dejaron con la boca abierta, como es el caso de Pedraza y Sepúlveda. Tan impresionado quedé en la primera visita realizada en primavera, que he vuelto a finales de verano, cuando en Pedraza se celebran las fiestas patronales, con un encierro alrededor de la muralla. En el castillo de este pueblo mesetario se exhiben las obras del pintor vasco Zuloaga, quien en 1945 le dice al periodista bilbaíno Esteban Calle Iturrino: “Amo tanto a Castilla, porque me ha dado la plenitud de sus deslumbramientos y penumbras, sus oposiciones vigorosas de azules, granas y amarillos, y esos grises incomparables de sus lejanías caliginosas, los elementos cardinales de los fondos culminantes