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El verano en el corazón y en el comercio

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Si de folklore hablamos, el verano lo es. Unos meses, no más, de un año que se pasa veloz, como todos los años, pero unos meses llenos de pasiones, de juegos, de belleza, de superación constante en esas ramas de la vida condenadas a quebrar por cualquier imprevisto, que a veces nada tiene que ver con el verano. ¿Qué tiene el norte que no tenga el Cerrato?¿Qué significado pueden alcanzar aquí esos meses, que no alcancen en La Valdavia o en La Ojeda? Son diferentes y no viene al caso explicarlo aquí. Indudablemente, al perderse esos vestigios artesanos, o al reducirse a un simple pasatiempo, se perdieron nuestras buenas relaciones con la Tierra de Campos. No quiero decir que ahora sean malas, no. Ahora están detenidas. Recuerdo cuando bajaba con mi padre a los mercados de Saldaña en busca de legumbres o, cuando bajábamos a Potes a vender el pimiento para la matanza. Allí adquiríamos el “queso picón”. Aquél queso, que atufaba las casas, se vendía aquí como rosquillas. También se

Introducción al verano

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Se acaba la leyenda. Repetimos un día tras otro las frases que ayer se hicieron tinta fresca. Importa que se citen, que vayan y vengan de unos labios a otros, que se extiendan como la vieja publicidad, de boca a boca, y alcance la montaña su verdadero lugar en esta historia. A lo mejor estamos sacando brillo a unas ilusiones que no tienen futuro, que no serán mañana, porque la montaña se mueve con las gentes que habitan en ella y allí sigue brotando silencio y mudas resonancias. Cuesta mucho, es verdad, hacer que suene algo, pero tengo el presentimiento de que lo estamos consiguiendo. Por eso se doran las palabras, que se vayan incrustando en el alma de los gobernantes las necesidades, para que no se olvide lo que fuimos o lo que tuvimos y aportamos; para que no echemos más desaliento sobre esta tierra que goza, —lo digo convencido—, de un prólogo para la paz. Está escrito en el aire, está escrito en esos rostros arrugados, está presente en esa cantina de la esquina, en esas fiest

Ritos y miedos

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La sociedad, la nuestra, de los pequeños pueblos, ha experimentado un cambio profundo en sus formas de expresión y de vida. Hemos estado envueltos durante mucho tiempo en un incontable número de ritos que van más allá de un acto simple y rutinario, y que, por esa misma causa, nos han desconectado de las nuevas corrientes. Hemos vivido profundamente inmersos en nuestro propio simbolismo. El folklore no es sólo un tipo de baile o de música —eso está claro— y lo digo porque, cuando a nosotros nos hablan de un festival folklórico, enseguida lo asimilamos con cualquiera de esos grupos que durante los meses de verano llenarán las fiestas de los pueblos con sus trajes y jotas. No se reduce éste a una parcela o a un estilo en concreto y es por eso, quizá, por lo que nunca muere. Desaparecen unos ritos y surgen otros, a veces totalmente diferentes, lo que ayuda a comprender las tendencias y los gestos en las diferentes épocas de la vida. El académico Julio Caro Baroja nos habló de ello a

Las raíces

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Nuestras vidas son los ríos… hermosos versos de nuestro gran poeta que nos sitúan –nunca mejor dicho– en el marco idóneo para arrancarnos. Pues no hay mensajes nuevos. Se pueden aportar frases distintas para expresar idénticos sonidos, las mismas leyendas, ritos, bailes, tradiciones y un largo etcétera de momentos que hablan de nuestra vida. Lo que sí es cierto es que, el folklore, hoy, comprende infinidad de movimientos y expresiones. Yo me atrevo a decir que esta materia trata de la vida en su más amplio concepto. [1] Por los cuentos se inicia el gran estudio del folklore. El cuento que, más allá de la literatura, lleva un mensaje humano, un acercamiento a la realidad sin ser ella misma, una aproximación a tantos y tantos valores como se nos escapan a diario de las manos. Yo no sé si los contadores universales han pretendido lanzarnos el mensaje; desde luego, son muchas y diferentes las versiones que se han hecho de leyendas y cuentos con arreglo a esa sociedad que va mudan

Entre el fuelle y el fuego

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Estos latidos que ofrece Froilán De Lózar son el silencio de un caminante bajo la soledad deseable de los campos, el timbre de los “Viajes, Modos y Recuerdos por el norte palentino”. La palabra rescata el tiempo perdido, levanta el paisaje de las soledades, abarca horizontes con las pupilas del sol. El entorno, la montaña, las estaciones poéticas, se someten aquí a un rocío de sublimación. En efecto, la comunicación lector/autor es crepuscular, hay un sentimiento de luz que acrecienta la libertad de las águilas. Aunque los años se lo lleven todo, quedan estos narradores como virtud protectora del poemar. Las vivencias del escritor golpean los labios de la indiferencia, nos llaman al orden, recuerdan un montón de páginas que se encuadernan en el olvido. El pensamiento de un poeta/cronista, es lluvia fina sobre verde. No le duele prendas mostrarnos los puñales desgarradores de tanta armonía herida. Lo hace on tacto. En tono reflexivo. Siendo memoria, siendo parte, siendo añoranza con el