Casas para pensar
Ahora se pienso todo. O casi todo. Hasta hace pocos años la gente que se sentía atrapada por los olores y sabores de un pequeño pueblo de montaña compraba una casa y comenzaba una aventura, a veces excesiva, pues desaparecía la casa entera y sobre el solar se edificaba una vivienda que nada tenía que ver con la casa que todo el mundo conocía, aquí madera y piedra y, si acaso, un tejado con ripia nueva y relleno de tela asfáltica para evitar las goteras en invierno. De pronto alguien ha interpretado que a los edificios también se les hace daño, que reformarlos tanto es como arrancarles el pensamiento, las raíces bajo las que se criaron los dueños; los recuerdos, que siempre te devuelven a un momento lejano de la historia. Teniendo en cuenta todo esto y también que las casas tienen una especie de alma, Fernando Gallardo, crítico de "El País", encontró una casa que vendían sus dueños en Porquera de los Infantes y, sin destruirla, es más, sin tocarla, le llenaron de